Srebrenica, honrar a las víctimas

El pasado 22 de mayo, la Asamblea General de las Naciones Unidas votó positivamente una resolución promovida esencialmente por Alemania y Ruanda, con un apoyo tardío de Turquía, para instaurar el 11 de julio como el Día Internacional de Reflexión sobre el Genocidio de Srebrenica, de cara a 2025 y el 30 aniversario de la masacre donde 8,372 personas pertenecientes a la población bosniomusulmana, en su mayoría hombres adultos y niños, perdieron la vida en manos de las tropas serbobosnias durante los conflictos que surgieron tras la disolución de la República Federal Socialista de Yugoslavia.

¿Cómo se llegó a la masacre de Srebrenica?

Bosnia era, y es, un Estado donde convivían tres grandes grupos étnicos: los bosniocroatas, los serbobosnios y los bosniomusulmanes; una particularidad de esto es que las etnias estaban todas mezcladas y convivían en paz. Una parte de esa “buena” convivencia se podía explicar por una especie de manto protector y equilibrio que proporcionaba el Estado federal yugoslavo. Tras la muerte del Mariscal Tito y el colapso de Yugoslavia, en parte impulsado por el penoso estado de la economía yugoslava y la implosión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y con las declaraciones de independencia de Croacia y Eslovenia en junio de 1991, Bosnia no solo se quedó sin ese manto protector sino que la anarquía que se vivía, con un Belgrado manejado solo por serbios y un Estado federal desmembrado, permitió la irrupción de los nacionalismos étnicos en la escena política.

Tras la realización de un referéndum, Bosnia declaró su independencia y esta fue apoyada por los países de la OTAN y reconocida por Naciones Unidas en 1992. En oposición a la independencia, con el objetivo de desmembrar el territorio bosnio para hacerse con el control de lo que se conoce como la República de Srpska y la “protección” de los serbios étnicos, las milicias serbias encabezadas por Ratko Mladić, quien luego sería apodado como el carnicero de Srebrenica, y con el apoyo de Belgrado, lanzan una ofensiva militar que dejó como saldo un cruento proceso de limpieza étnica, que sobre todo cambió el balance poblacional en las regiones fronterizas con Serbia y reduciendo a un bajo o nulo porcentaje a la población bosniomusulmana.

La región de Srebrenica fue declarada en 1993 como zona segura por el Consejo de Seguridad, y allí se albergaba gran parte de la población civil desplazada por el conflicto con la instalación de campos de refugiados bajo el control de las agencias de Naciones Unidas. Esta población civil tuvo que convivir en hacinamiento con escasez de agua y alimentos. Con el avance de los años y el conflicto en territorio bosnio, para 1995 las milicias serbias tenían como objetivo tomar la región de Srebrenica. El desarrollo del conflicto militar y la falta de capacidad de las fuerzas de paz, encabezadas por Holanda, culminaron con la captura de la ciudad por los serbios, el retiro de gran parte de las tropas de los cascos azules (por lo cual años después el gobierno holandés ofreció disculpas públicas por su fracaso al proteger a los civiles) y el desplazamiento en masa de la población civil.

Con el desplazamiento vino la masacre. Las tropas serbias separaron a mujeres, niñas y algunos ancianos de los hombres, subiendo a estas a colectivos para llevarlas a una zona segura; algunos de ellos nunca llegaron a su destino. Esto sucedió bajo la vista y presencia de la prensa internacional, y la excusa de la separación era que los hombres y niños las seguirían luego en otra serie de colectivos. Pero no fue eso lo que sucedió; una vez que la prensa abandonó la región, 8,372 hombres y niños fueron criminalmente ejecutados por los serbios en un lapso de cuatro días. Gran parte de estas ejecuciones se llevaron a cabo en la región fabril del poblado de Potočari (municipio de Srebrenica). Testigos, entre ellos médicos voluntarios y empleados de Naciones Unidas, recogieron evidencia de que los civiles ejecutados en su mayoría fueron fusilados y tirados en fosas comunes, y también se denunciaron violaciones y casos de civiles enterrados vivos.

La paz en Bosnia se logró tras los Acuerdos de Dayton, esponsorizados por el gobierno de Clinton y la OTAN. En ellos se diseñó el nuevo estado bosnio, creando por un lado la federación de Bosnia y Herzegovina y dándole autonomía dentro de esa federación a la República de Srpska, territorio casi en su totalidad étnicamente serbio, pero no se permitió que Belgrado se anexara, y se brindó la garantía de seguridad de un comando de la OTAN para el monitoreo de la región para garantizar la paz. Estos acuerdos fueron firmados por el presidente Clinton, el líder de Serbia, Slobodan Milosevic, el líder croata, Franjo Tudjman, y el líder bosnio, Alija Izetbegovic.

Los crímenes perpetrados en el territorio de Bosnia, así como los que posteriormente sucedieron en Kosovo (conflicto que terminó con una intervención militar de la OTAN para salvar a la región de un nuevo genocidio en manos de los serbios), fueron juzgados por el Tribunal Internacional para la ex Yugoslavia, creado tras la resolución 827 del Consejo de Seguridad en 1993. Naciones Unidas creó este tribunal para investigar las numerosas denuncias cruzadas (de croatas a serbios, de serbios a croatas, de bosnios a serbios, de serbios a bosnios y otras combinaciones) de violaciones a los derechos humanos en la región y hacer rendir cuentas a quienes hayan perpetrado violaciones del derecho internacional humanitario.

Este tribunal, establecido en La Haya, que sirvió como uno de los antecedentes para la creación de la Corte Penal Internacional (ICC), como el que se utilizó para investigar el genocidio de Ruanda, se dedicó a perseguir y juzgar a los responsables a lo largo de poco más de dos décadas, a pesar de varios impedimentos, como conseguir la extradición de algunos líderes. A pesar de ello, lograron condenar a varios criminales de guerra con distintos cargos, y aunque este tribunal fue disuelto en 2017, su estructura pasó a la órbita del Mecanismo Residual Internacional de los Tribunales Penales de la ONU, creado en 2010 para terminar el trabajo de este tribunal y el de Ruanda.

Entre los cientos de investigados por los crímenes, alrededor de 200, los casos más resonantes fueron los de Milosevic, Izetbegovic y Mladić. Milosevic fue depuesto como presidente de Serbia por un movimiento democratizador en el país y tiempo después fue entregado al Tribunal, pero falleció antes de que se finalizara el juicio. El bosnio Izetbegovic fue condenado a dos años por crímenes de guerra contra serbobosnios, pero como ya había cumplido varios años en prisión preventiva, fue liberado. Por último, Mladić, el carnicero de Srebrenica, fue condenado a cadena perpetua por crímenes de guerra y genocidio en 2017, y aunque apeló en 2021, se le ratificó la condena.

Resolución: contenido y votación

La resolución adoptada contiene una serie de siete puntos fundamentales. Entre ellos, se plantea el reconocimiento del 11 de julio como el Día Internacional de reflexión sobre el genocidio de Srebrenica, la condena a la negación del genocidio y se insta a los estados miembros de la organización a educar sobre el hecho para evitar la distorsión y negación del genocidio. A su vez, se condena la glorificación de los individuos que fueron condenados por crímenes de guerra y genocidio en tribunales internacionales.

Un punto fundamental es que también resalta la necesidad de terminar el proceso de búsqueda e identificación de las víctimas y la importancia de seguir procesando a los actores que hayan participado en la masacre y no hayan comparecido ante un tribunal.

Hablando propiamente de la votación en el recinto, esta resultó en 84 votos a favor, 69 abstenciones y 19 votos en contra. Entre los votos negativos se encuentran países como China, Cuba, Corea del Norte, Eritrea, Hungría, Nicaragua, Rusia, Siria y, obviamente, Serbia. Estos son países que se caracterizan por una nula institucionalidad y respeto por los derechos humanos, además de tener estrechos lazos con Rusia y el viejo bloque soviético. Entre estas naciones, la Serbia de Aleksandar Vučić y la Hungría de Viktor Orbán son las únicas que se pueden considerar “democráticas” o, mejor dicho, democracias iliberales, es decir, democracias electorales con claras características autocráticas como la represión a la libertad de expresión, la erosión de las instituciones de checks and balances, y el desbalance en el campo político para que la oposición se encuentre en desventaja frente al oficialismo. Lamentablemente, a esta altura del partido, Serbia y Hungría están más cerca de ser un régimen autocrático que una democracia.

Ahora, por el lado de Sudamérica, ¿qué votaron los representantes de nuestra región? La posición de los países sudamericanos estuvo dividida. Chile, Colombia, Ecuador y Uruguay votaron a favor, mientras que Bolivia y los representantes de la dictadura de Maduro se ausentaron. En el caso de Argentina, Brasil y Perú, los tres se abstuvieron, con Brasil argumentando que la abstención se debía a la “falta de consenso” regional sobre la resolución, algo que en regiones como los Balcanes es difícil de lograr (o, a título personal, diría que es insólito exigir consenso para los Balcanes, y hasta una excusa bastante pobre). Los serbios y sus ramificaciones nacionalistas renegaron de, o evitaron aceptar, la responsabilidad de tan terribles crímenes.

La resistencia contra la resolución prácticamente fue encabezada por el presidente serbio, quien planteó que la resolución no era un método de reconciliación y solo pretendía proclamar a Serbia como un estado genocida y estigmatizar a los serbios. A pesar de eso, y de unas imágenes cuanto menos bizarras de Vučić llorando mientras besaba la bandera serbia, se dijo satisfecho porque hubo más de 100 naciones que no sucumbieron a las “presiones” que querían imponerles y criticó el “tratamiento en secreto” de la misma.

Hasta la criminal invasión rusa a Ucrania en febrero del 2022, Bosnia fue la mayor tragedia perpetrada en territorio europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Conmemorar con una fecha oficial a las víctimas de tamaña masacre y seguir exigiendo justicia por ellas es una forma de honrarlas y ejercer la memoria sobre cosas que nunca más deben suceder. Lamentablemente, en este siglo, se pueden ver modus operandi similares en masacres como la de Izium y Bucha en Ucrania, o en los 13 años de guerra en Siria. Masacres que la ICC debe investigar y juzgar a los responsables, trágicamente estas comparten un hilo conductor que es Vladimir Putin.

Victoria Pérez

Victoria Pérez

Estudiante pronto a graduarse de Relaciones Internacionales con interes en Europa y Medio Oriente